El problema físico consistía en que su lóbulo auditivo externo izquierdo, es decir, su oreja izquierda, medía casi exactamente el doble que la derecha. Debido a esto, sus enemigos le llamaban Queteoís.
Era ludópata confeso, no de profesión, si por afición. En concreto sentía pasión por las tragaperras. El tamaño de su oreja, lejos de encerrarle en casa por complejo, agravaba su ludopatía, pues oía a distancia lejana los cantos de sirenas de las mencionadas máquinas, y en más de una ocasión manifestó que tales sonidos "le levantaban la bandera cual excitación sexual".
Quetebis por lo demás no era un hombre instruido, ni siquiera hizo "la mili" al parecer, por exceso de oreja. Parece ser que las "mentes pensantes" del ejército manifestaron que no quedaría bien en una formación.
Sacó la FP rama eléctrica (siempre pensé que las ramas eran de madera) y fue andando por la vida con su oreja y su ludopatía a cuestas.
Muchas veces intentó asistir a terapias de grupo para finalizar con su adicción, pero fracasó. Al principio buscaba organizaciones que impartiesen las terapias en lugares próximos a salas recreativas TIPO B (que también era su grupo sanguíneo) y otras veces su oreja le hacía cambiar de camino cuando se dirigía a la terapia.
La oreja, por si sola, como se ve, no le buscó mayores problemas, es más, gracias a ella, estuvo a punto de ser reclutado como agente espía para labores de "escuchas" telefónicas, pero justo cuando iba a ser contratado, los teléfonos pasaron de analógicos a digitales y la realidad era otra: se necesitaban nativos de lenguaje máquina o binario y no "escuchas".
Tras ser abandonado por su mujer, sus hijos, su casa, sus muebles y hasta su coche, y a punto de perderlo todo, pensó que tenía que dar un giro a su vida y así le surgió la idea...
Trabajó duro durante un año, jornadas maratonianas de más de 12 horas empalmando, entubando, haciendo cuadros y piruetas y todo el trabajo propio de su profesión de electricista. Al cabo de ese año acumuló unos pequeños ahorros que destinó a lo que él consideró su pasión y su cura: una máquina tragaperras nueva para su casa. Sería una de esas de frutitas. Se la compró, y la instaló en su casa al lado del televisor...
Así, según su mente simple, se aseguraba todos los premios para él y podría jugar indefinidamente.
Vivió una temporada tremendamente feliz, era espectacular verle saltar cuando le tocaba el premio, era apoteósico.
Pero, con el tiempo, le pilló el truco a la máquina. Ya no era tan divertido porque sabía exactamente cuando iba a caer el premio. Llamó al fabricante a ver si era posible trucar la máquina pero le dijeron que no, que era un modelo muy simple y muy antiguo...
Entonces, cavilando en su mente simple, llegó a la conclusión que los premios obtenidos (!!!) podría invertirlos en comprar más máquinas. Así sería más dificil sacar el premio porque no sería capaz de controlarlas todas.
El problema vino cuando comprobó que pese a los innumerables premios obtenidos, seguía sin blanca. Acudió a los bancos a pedir dinero y como se lo negaron acudió a la mafia rusa, que se lo prestó, advirtiéndole que si no pagaba él, pagaría su oreja.
Con ese dinero montó la primera granja española de máquinas tragaperras. Sin embargo, después de montarla, los premios fueron escaseando, seguía jugando solo y ya tenía 20 tragaperras.
Llegaba el plazo del pago a los rusos y no tenía ni blanca, pensó en hablar con los chinos, pero descartó la idea, ya que no quería perder la otra oreja también.
Volvió a cavilar y pensó que no le quedaba más remedio que usar la vieja trampa de la moneda perforada con un hilo para introucir y extraer. Esa idea era abominable, odiosa, pero el vencimiento de los rusos estaba al caer...
Así sacó los premios a todas las máquinas que quedaron vacías, pagó a los rusos y se volvió a quedar sin blanca...
Solo le quedaba una moneda perforada y con hilo, con la que seguía jugando... No tardaría en caer el premio en alguna de las máquinas, se decía.
Se preguntaba que estaría haciendo mal... Ya no sacaba ningún premio... Enloqueció.
Esta es la historia de un emprendedor. Nunca pensó que las máquinas tienen llave.
© FUNES 2.012
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