La actual fiebre por las apps que vivimos hoy en día en nuestros dispositivos móviles no ha surgido por arte de magia de la nada, tiene un predecesor muy claro cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos: la pasión del ser humano por los botoncitos, que no hace más que reflejar otra vieja pasión tan antigua como el hombre: ejercer el poder.
Y es ya que desde la más tierna infancia nos atraen los botoncitos, nos "pone" esa acción-reacción de oprimir un botón y ver los "mágicos" resultados. No hay más que mirar la cara de un bebé de pocos meses ante un teclado expandido de 102 teclas de ordenador, o ese mismo recién nacido ante un interruptor de la luz, como si se tratase de un poder mágico que residiese en su dedo. Pues esta querencia por el poder que dan apretar botoncitos la mantenemos toda la vida, porque, sin duda, esa acción de oprimir un botón que activa la reacción del mecanismo pertinente, satisface plenamente nuestras ínfulas de poder, desde el botón del ascensor, hasta el de la silla eléctrica, pasando por el del arsenal de misiles con cabezas nucleares (ideado por cabezas huecas) o el importante botón de la alarma ante un atraco, etc. etc.
El primer antecedente del poder de los botones, del que podemos tener noticia, se localiza claramente en la edad media, más concretamente en el poder de la iglesia, que para manifestarlo hacía vestir a sus clérigos con sotanas de infinidad de botones: los curas de parroquia, negros, el papa de Roma, blancos. En cambio el pueblo llano carecía de botones. Primera identificación de la historia de botones con poder.
Otra manifestación del poder aparejado a los botones, está en las grandes y poderosas cadenas multinacionales de hoteles, esas que pueden incluso derribar gobiernos a su antojo si no permiten tal o cual urbanización o resort de lujo. Pues bien, estas grandes compañías, pueden permitirse el lujo de tener infinidad de botones, varios en cada uno de sus hoteles.
El propio idioma castellano se encarga de conferirle mayor poder, si cabe, a los botones al recomendar como verbo correcto, el verbo oprimir, como la acción de utilizar un botón (y consecuentemente lograr el efecto o poder que corresponde). Este verbo ya indica poder: solo los poderosos, por su situación de poder, están en condiciones de oprimir, normalmente a los oprimidos.
Y ahora, repasando lo manifestado en los anteriores párrafos, veamos: el clero era poderoso en la Edad Media por tener vestiduras con muchos botones (reflejo inequívoco del poder). Por ese motivo, el clero podía oprimir lo que le diese en gana, incluso a reyes y gobiernos. Hoy en día este poder de oprimir ha quedado reducido a un par de botoncillos ocultos tras el alzacuellos, aunque cuidado con el papa de Roma, que conserva todavía intactos todos los botones de su vestidura para poder oprimir. En cuando a los botones de las cadenas de hoteles, estos son los más oprimidos del mundo, puesto que los oprimen sus superiores, que son absolutamente todos los empleados en el escalafón del hotel, y también son oprimidos por los clientes, es decir, que cualquier friki o yonqui de mierda puede oprimir botones, y, consecuentemente tener ese poder con el único requisito de ser cliente de uno de esos hoteles.
Todo esto que hemos mencionado anteriormente, hace que el ciudadano medio de a pie, por reflejo,antiguamente del clero, y en la actualidad de las grandes multinacionales hoteleras, asocie enseguida el tener botones con el poder y por ende con el éxito. Así, no es de extrañar que un conciudadano que va a comprar un coche nuevo se preocupe menos por el consumo o la potencia del vehículo que por el número de botones que figura en el salpicadero. Lo mismo quien va a comprar un ordenador o un equipo musical, que lo de menos son las prestaciones que pueda ofrecer el aparato, lo importante es el número de botones que pueda lucir. Por eso se inventó la black-berry, porque aunque sea una puta mierda en funcionalidades, tiene muchos botones cuyas funciones son fardar, chulearse y presumir entre otra multitud de gilipoyeces de cada botón. Por idéntico motivo se venden tanto las lavadoras digitales, ¡que ni que te fuesen pasar la ropa a código máquina!
Y ya en el cénit del poder proporcionado por los botoncitos, están dos aparatos indispensables para ejercer el poder absoluto y placentero: el mando a distancia y el teléfono. A estos aparatos su poder le viene conferido por el gran número de botones que atesoran. (NOTA: no entra en este apartado el mando universal comprado en el chino de la esquina: ese no da poder, solo mala leche porque nunca funciona).
Nadie duda hoy en día, que si quieres tener el poder en tu casa, has de tener en tu poder (valga la redundancia) el mando a distancia. Quien tiene el mando, manda. El propio nombre no engaña. Es tal su poder, que se han llegado a dar golpes de estado caseros para poseer el mando a distancia. Vamos que el Gollum Smeagol del señor de los anillos de Tolkien estoy seguro que llamaba «mi tesoro» «es mío» a un mando a distancia. Y es que es mucho poder de Cristo, hacer que los demás tengan que ver lo que tu eliges con los botoncitos. Y cuando quieres joderlos, no tienes más que pulsar el 5, y ya tienes a la Esteban chinada soltando lindezas. Por cierto, ¿os habéis parado a pensar que en un mando a distancia no se usan nunca más de 12 botones? Eso ya exagerando una barbaridad.
En cuanto al teléfono es el aparato de mandar por excelencia para los inútiles (que hay muchos). Creo que es el instrumento que utiliza Rajoy para gobernar... ¡Ah!¡no!¡coño! ¡que es la videoconferencia!. No me daba cuenta de que acompañando las órdenes con su careto parecen más severas ¡ejem! . Basta oprimir un conjunto de botones y a continuación decir la orden de viva voz: ¡lava los platos!... Y con cuanta más mala leche, funciona mejor. Aunque hoy en día con el whatsapp ya se está comenzando a transmitir órdenes por escrito, aunque a los inútiles puristas no les mola tanto, porque no se puede escribir la mala leche y además ¡da una pereza que te cagas tener que escribir!
Siguiendo con el teléfono, las cosas ya están mejorando mucho, sobre todo para los perfectamente inútiles, puesto que en muchas ocasiones, no tenemos ni que hablar, pues basta con pulsar un botoncito para comprar o contratar. Lo curioso del caso es que estos botoncitos del teléfono no son del todo perfectos pues todavía les falta el poder para devolver la compra o darte de baja de la contratación. Y creo que también deberían agregar un botoncito para transmitir improperios, seguro que tendría muchísimo éxito.
Para finalizar este análisis del poder que hay tras unos simples botoncitos, hay algunos filósofos un poco, como decirlo, gilipoyas, que postulan teorías sobre la atracción que ejercen los pezones femeninos sobre la lívido masculina. Estos iluminados creen que tal atracción no es de índole sexual, si no que postulan que al hombre le atraen los pezones por su similitud con los botoncitos, que, según ellos, también realizan actos de poder: el poder de encender el fuego de la pasión en ella y el poder de levantar el... «ánimo» de el. ¡Gilipoyeces!, aunque con tanto inútil que circula por la vida, cualquier día se inventa un botón para follar.
© FUNES 2014
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